Pequeña pelea con unos vecinos.

Hoy el día había sido movidito. A Miguel y Catalina les había dado por hacer una barbacoa. Por lo visto se veía que con los 40º a la sombra no tenían suficiente y querían asarnos a todos vivos.

Todo iba "maravillosamente bien" hasta que se asomaron unos de los vecinos. Concretamente los dos gemelos,de mi misma edad, hijos de policía y por tanto con un complejo de Dios inmenso.
Siempre habíamos tenido unos piques pero nunca había dado un paso más...Hasta hoy. Empezaron de buenas(la típica actuación de niños buenos que se hace delante de los padres), hablando con toda la familia e incluso llevandose por la cara un par de chuletones y acabando en la misma mesa que nosotros, pero después de comer, en el descanso de la digestión empezaron de nuevo con los piques. Me tocaba bastante las naríces todo lo anterior y ahora más que volvieran a ir de chulitos mimados, hasta que subieron el último peldaño y,dejando de meterse conmigo, empezaron a meterse con el resto de mi familia. Vale que yo pasara bastante de mi familia, pero eso no quitaba que era MI familia.

Todo aquello terminó de irritarme y, escuchando las risas del par de hijos de puta, me levanté de mi silla y con un rápido movimiento la plegué y empecé a propinarles sillazos como si no hubiera un mañana. El padre del par de clones,que vivía enfrente, estaba dando casualmente una comida con sus compañeros de comisaría, que no tardaron en escuchar los golpes y venir hacia mi cual jugadores de Rugby. Me arrastraron a la comisaría después de unos cuantos porrazos, pero estuve en el coche el tiempo suficiente para ver a la ambulancia llevarse a los gemelos. Eso me bastaba para poder relajarme agusto de nuevo.

Ahora estaba en una celda, llevaba ya unas diez horas metido aquí, acostado en una especie de cama/pedrusco con las sábanas amarillentas( del desgaste,suponía) y esperando a saber el precio de mi libertad, para luego tener un arresto domiciliario por parte de Catalina y Miguel. Me lo veía venir.

Cada día tenía más claro que mis padres pretendían hacerme la vida imposible. Les decía que iba a intentar hacerme vegetariana y... ¡zasca! Hacen una barbacoa.
Mamones...
Y para colmo llegaron los hijos del vecino policía. Esos malditos engreídos tocapelotas... las pelotas se las iba a acabar tocando yo pero con las puntas de los pies, a ver si así cerraban esa pedazo de bocaza que tenían y se iban a lamerle el culo a su padre.
Como siempre, se metieron con Leo. Sabía que eso a él le reventaba, pero sabía llevarlo como un crack, si yo fuese él ya les habría petado la boca a hostias en bastantes ocasiones, pero Leo parecía haber heredado la paciencia de nuestra madre, Catalina. Era una de las muchas cosas que admiraba de él y de ella.
De pronto, comenzaron a meterse conmigo, con Ari, con Carmen y con nuestros padres. Iba a soltarles un grito que les hubiese dejado sordos para toda la vida, pero Leo decidió tomar una decisión más efectiva: mamporrearles con la silla plegable, a lo que no pude evitar seguir incitándole a que les matara ya de paso con ella, pero justo le pararon cuando los pijos esos de mierda comenzaron a sangrar como si no fuesen a parar nunca.

Por desgracia eran hijos de un policía, así que... se llevaron a Leo al calabozo, aunque podría venirle una ya muy buena, ya que no era menor de edad.

Papá me llevó con él a la comisaría a visitar a Leo, para así pagar su fianza, que no era mucho por cortesía del padre de esos dos pijos, pero aún así eso no quitaba que tuviese ganas de arrancarle la cabeza a mi hermano.

Hoy más que nunca tenía claro que había veces que era mejor quedarse en la cama y no moverse en todo el día. Catalina me había convencido, no se como, de que había que hacer una barbacoa para sociabilizarnos con los vecinos. A veces pensaba como mis hijos y tenían razón en que no eran más que una panda de pijos tocapelotas. Finalmente la barbacoa se realizó, cómo no...

Todo iba viento en popa, había buen ambiente, aunque para mi gusto demasiado jaleo y habían venido los vecinos de enfrente, hijos de policías. Se les olía desde lejos ese aire de superioridad, me ponía enfermo. Todo iba bien hasta que se aburrieron y comenzó una pelea entre Leo y ellos, no tardaron en unirse los policías del jardín de enfrente y Leo fue arrestado...

Me encontraba en el coche de camino a la comisaría con África a mi lado, la verdad es que estaba cabreado, pero por una vez, reconocí que Leo no teía la culpa...quizá estuviera cogiéndole algo de respeto al chaval...o no.

A saber el sablazo que nos van a meter ahora...estamos ahora para gastos de este tipo...-suspiré.

Me habría quedado dormido de no ser por el olor a vieja de las sábanas, que le quitaban el sueño a cualquiera. Al estar la cama compuesta por literas, usaba mis dedos índice para hacer percusión en los trozos de hierro que sujetaban la cama de arriba.
No tenía ni idea de cuanto tiempo más iba a estar aquí encerrado, pero si almenos tuviera unos cascos con música... Todo sería más llevadero que estar escuchando todo el rato una radio mala y un policia roncando.

- Panda de inútiles con uniforme...

- No entiendo por qué esos pijos de mierda han tenido que decir nada. -Pensé en voz alta, de brazos cruzados y observando cómo poco a poco llegábamos a la comisaría de Negone, donde estaba el alocado de mi hermano Leo.- Si supiesen tener la boca cerrada nada de esto hubiese ocurrido, y si no se hubiesen acoplado a la comida ya ni te cuento.

Sí, señor. Tanto Leo como yo les odiábamos a muerte, encima gemelos. No bastaba con un imbécil, no, tenían que venir los dos.

Los animales de dos en dos, ua, ua...

¿¡... Pero qué!?

Ya nos acercábamos a la comisaría cuando África abrió la boca para volver a repetir lo mismo que llevaba diciendo desde que salimos de casa, odiaba a esos chicos y la verdad, yo también.

Cálmate, los policías huelen el miedo y la rabia y nos subirán la fianza...-dije en tono bromista para apaciguar las cosas.

Me aburría. Ya estaba subido a la litera de arriba, con medio cuerpo fuera y colgando bocabajo. La radio cada vez tenía más interferencias, pero las putas pilas no se le gastaban.
Parecía una especie de tratamiento para crear pacientes para psiquiátricos. Y nisiquiera me traían una puta botella de agua.

- Que agusto duermes, hijo puta.- Dije a viva voz mirando aún bocabajo al policia que más que roncar parecía que estaba serrando madera.

Esperaba que la fianza fuera pequeña. Solamente estaba haciendo justicia, no tenía por qué haber acabado aquí.

- Como suban la fianza de Leo les voy a subir yo otra cosa a hostias... -Pensé, ya que si decía eso en voz alta mi padre se pondría de mal humor y... eso mismo, no sería nada bueno ir a la comisaría de mala hostia.

Al fin llegamos al maldito sitio y nos atendió un policía amigo de nuestro vecino, que nos indicó que esperásemos un segundo y fue a por Leo a su celda.

Una vez dentro, solo se escuchaba el tic tac del reloj de pared. El mismo policía volvió y se llevó a África hacia la sala de espera de los calabozos mientras yo iba hacia recepción a pagar la dichosa fianza...esperaba que no fuese muy cara.

¡¿Cuánto?! ¿¡Por qué tan cara!? - grité al entre la paz de la comisaría - Me da igual que fuesen hijos del cabo, como si son hijos del papa! ¡No voy a pagar tal cantidad!

Mientras seguía discutiendo con el agente de recepción, que el pobre solo hacía su trabajo pero me la soplaba, era demasiado caro, Leo llegaba esposado con el guardia detrás y África a su lado, con cara de pocos amigos.